➡️9. La atención en el proceso de aprendizaje
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Antes de profundizar sobre este aspecto cognitivo, es importante tener en cuenta que la motivación y el estado emocional juegan un papel clave en su activación. Actualmente, de manera muy similar a los adultos, los niños/as y adolescentes tienen su foco atencional puesto en la pandemia o, incluso, en lo que no pueden hacer debido a esta circunstancia. Si a esto le añadimos el cambio drástico en sus rutinas y el estrés familiar que puede suponer el propio confinamiento, fácilmente podremos comprender que, especialmente estos días, los estudiantes estén presentando mayor dificultad para concentrarse y permanecer un cierto tiempo realizando las tareas escolares.
Por ello, la primera recomendación se basa en respetar y conocer el momento emocional que están pasando los niños/as y adolescentes, así como el esfuerzo añadido para resistirse al ocio y afrontar las tareas escolares desde otro contexto (virtual, tareas a medio y largo plazo, etc.).
Por otro lado y en la misma línea, se ha de tener en cuenta que la elaboración de tareas en casa suele tener como principal enemigo a la distracción; por lo tanto, es necesario formar un ambiente que proteja y desarrolle la atención.
Para concentrarse el niño/a necesita rutinas y organización para el “Cerebro Actuante”, así como seguridad emocional para al “Cerebro Sensor o Límbico”. El “Cerebro Pensante” o “Corteza Cerebral” necesita ser el ejecutivo que está controlando la situación, que selecciona el foco de la concentración; el problema radica en que, frecuentemente asume la dirección de los procesos el “Cerebro Sensor o el Actuante”. Por ejemplo, si el niño/a experimenta sensaciones de temor o inseguridad (cerebro sensor), no es posible que tenga procesos de pensamiento lúcidos (cerebro pensante).
La concentración tiene diferentes significados en diferentes edades. Igualmente se requieren de diferentes técnicas.
Para el niño/a menor de 5 años es conveniente disminuir la cantidad de opciones y enseñarle a concentrarse simultáneamente en una sola cosa. en vez de ofrecerle muchos juguetes, proponerle un solo juguete e interesarlo en él; posteriormente, conviene aumentar el número de objetos con los que puede jugar. El exceso de estímulos en juguetes y juegos genera una anarquía notables en la mente del niño/a que todavía es incapaz de organizar la abundancia de retos que representa la atención. La graduación en la exposición a los estímulos es fundamental para que el ser humano pueda procesarlos y coordinarlos.
El "niño mágico" (4-7 años) cambia mucho del mundo consciente a la fantasía. En lugar de decirle, por ejemplo: "Deja tus muñecos y concéntrate en las tareas que tienes que hacer", se le puede decir. "Los Súper Héroes van a resolver algunos retos aritméticos y tú puedes ayudarles"; esta intervención canaliza toda la energía de la fantasía hacia la concentración. Es conveniente utilizar los héroes o personajes admirados por el niño/a. El "niño mágico" también suele actuar con características que parecen opuestas a la concentración: la ensoñación. Sin embargo, es un mecanismo normal del cerebro infantil. La mejor forma de atender esta reacción es hacer conscientes al niño/a y luego concentrarlo en otra actividad.
Hacia los 7 años el niño/a evoluciona a la etapa concentra lógica; se puede concentrar en hechos sencillos como un intento para conectarlos con un marco de referencia general (se pregunta, por ejemplo, si el mar de Valencia es el mismo de Barcelona); se siente atraído por la competencia, por los juegos. Necesita retroalimentación inmediata en todo lo que hace: debe saber si su ejecución es correcta o errónea.
Los adolescentes pasan por una etapa especialmente difícil para la concentración porque su cerebro sensor tiende a tomar el control de los procesos intelectuales; por esta razón, su prioridad es la socialización y los académicos se reducen considerablemente. A los adolescentes les disgusta la soledad; sin embargo, esta etapa es importante para desarrollar habilidades de concentración. El trabajo en grupo, cooperativo, activo es conveniente para ese fin.
En todas las edades los alumnos desean saber que los padres están con ellos; no es necesario ni conveniente estar físicamente todo el tiempo, pero sí revisar periódicamente el avance y calidad del trabajo. El adulto debe reforzar la importancia del trabajo académico en casa acercándose periódicamente para acariciar al hijo y reforzar el hábito, en lugar de esperar a que el hijo tome la iniciativa de una experiencia gratificante.
Frecuentemente, el hemisferio izquierdo afirma: "quiero estudiar historia"; pero no está de acuerdo el hemisferio derecho que produce vibrantes imágenes de diversión y juegos al aire libre.
Para que haya concentración es indispensable que ambos hemisferios trabajen armónicamente: es necesario ayudar al alumno con estrategias para el hemisferio izquierdo (con planes, hojas de organización y tiempos límite); y apoyo al hemisferio derecho (visualizar la meta y el éxito para energizar la tarea; promover técnicas donde haya trabajo grupal, actividad y juego).
Una parte del cerebro sensor, la amígdala, juega un papel central en la concentración de los alumnos. La amígdala regula las sensaciones en el cerebro y tiene su control de nivel para reconocer grados de estímulo que son registrados por el cerebro. Sin embargo, muchos niños/as tienen controles desquiciados por la sobre-estimulación (ya no reaccionan ante estímulos leves, sino que tienen que ser intensos para ser advertidos). Cuando la amígdala espera la estimulación sensorial de alto nivel y se ha acostumbrado a este tipo de reacciones, rechaza o no percibe estímulos normales; por lo tanto, considera "aburrido" casi todo lo que no tiene los niveles de la sobre-estimulación (escuela, deberes, diversiones).
El distractor número uno. Cuando un niño/a o adolescente se planta ante una pantalla se liga al caos; deja de ser egocéntrico (como fue diseñado por la naturaleza) para ser exocéntrico (es empujado constantemente fuera de su centro de equilibrio); la pantalla es el centro de su mundo y lo hace chocar contra él.
Si un estudiante ve muchas horas de pantallas recreativas por día, su intento por mantener la concentración se diluye porque las imágenes entrenan la atención en la etapa cambiante del segundo por segundo, lo cual interfiere con su desarrollo para lograr mantener la atención con plazos más largos y sostenidos sobre un tema.
La concentración es la habilidad y el deseo de mantener el interés durante cierto tiempo, mediante la inversión de tiempo y energía personal; implica el control de las distracciones internas y externas que, por selección salen del foco del trabajo intelectual. Todos los educadores necesitamos conocer detalladamente los mecanismos de la atención. Primeramente, es necesario conocer las condiciones de la concentración que son las siguientes:
La atención puede ser mantenida por más tiempo cuando las capacidades personales son equivalentes con el reto que representa la actividad: si el reto que enfrenta una persona es superior a sus recursos o habilidades, el cerebro claudica y se rehúsa a invertir energía y tiempo (atención) en el enfrentamiento; el resultado observable es la distracción. Pero también el polo opuesto genera la misma respuesta: si el reto es percibido como demasiado simple, el cerebro lo considera como un insulto a sus capacidades y tampoco le presta atención.
La dosificación es una de las características que esencial en la educación y que la convierte más en arte que en técnica, pues los educadores deben apreciar cuánto es mucho y cuánto es poco en cada persona; la edad y el grado académico no son indicativos confiables, sino la capacidad adquirida para enfrentar el reto.
La atención se incrementa si contamos con una retroalimentación inmediata: cuando la persona puede conocer el efecto de su inversión de tiempo y energía, es más factible que haya atención. Nuevamente, podemos detectar la importancia que tiene la expectativa, pues ésta le da sentido a las acciones. El hecho de saber el porqué y para qué de nuestras conductas (la meta en la mente) genera una actitud proactiva y centrada en resultados. Cuando no conocemos el resultado de una acción, nos sentimos involucrados en tendencias absurdas que debilitan notablemente nuestras intenciones. Otro elemento importante de la retroalimentación es que, cuando tenemos la meta en la mente, podemos contar con un marco de referencia que da sentido a los elementos constitutivos de una acción y facilita su jerarquización. Además, no es posible evaluar la eficacia de los procedimientos para alcanzar un objetivo si no tenemos parámetros de juicio. En todo aprendizaje, es indispensable conocer desde el principio el objetivo concreto o resultado del trabajo para que la concentración tenga sentido.
Cuando ya se involucró la atención en una actividad, se pierde la distinción entre lo que se está haciendo y porqué se está haciendo. Cuando el cerebro “ha comprado” la utilidad de una acción, se asimila con la actividad y no requiere de estímulos o valores agregados; la misma acción es suficiente para motivar el trabajo atento. Al lograr esta situación, se pierde el sentido del tiempo y del esfuerzo y lo expresamos con opiniones como: “no sentí el tiempo; se me fue volando”; “no sentí el cansancio”. Este factor de motivación representa una importancia enorme, pues formamos elementos intrínsecos para actuar; sin ellos, será indispensable aportar factores externos (premios y castigos) para suplir el motor interno de la acción. En la medida en que se necesita más la motivación extrínseca, menos están desarrollados los factores intrínsecos.
La atención se incrementa cuando existe la sensación de ser capaz de realizar la actividad propuesta, porque genera una experiencia de éxito adelantado. Cuando sólo hacemos énfasis en el esfuerzo personal como elemento primordial para una adecuada ejecución, causamos una posibilidad de fracaso anticipado, pues la voluntad sola no lo puede todo; es necesario que estén disponibles las herramientas intelectuales para enfrentar el reto. Muchas veces, la distracción se origina porque la mente experimenta impotencia ante una situación y fácilmente puede orientarse hacia otra actividad que represente mayor posibilidad de éxito, aunque sea irrelevante.
Cuando están presentes las 4 características anteriores, la actividad se convierte en una experiencia intrínsecamente gratificante, que refuerza la actividad donde se invierte atención. El conocimiento de estas características puede ser de gran utilidad para entender la naturaleza de la atención y poderlas desarrollar en la educación.
La formación de rituales y rutinas ayuda mucho a los niños/as y adolescentes para concentrarse:
horarios sistematizados,
mantener fijo el lugar de trabajo,
mesa de estudio ordenada y con presencia exclusiva de los materiales que se vayan a necesitar en el momento,
evitar distractores en la zona de estudio (fotos, teléfono móvil/celular apagado, juguetes…),
asegurar buena luz y temperatura,
procurar un ambiente sereno en el hogar en el que se respete el silencio.
Todos los cambios de horario o los lugares cargados de estímulos diferentes suelen afectar negativamente la atención, pues el cerebro humano necesita elementos seguros, conocidos y que tengan anclas positivas para el aprendizaje.
También es conveniente hacer un preludio a la concentración efectiva: visualizar todo lo que hay que hacer y sus partes; cuál es el objetivo a lograr en un tiempo dado y cuáles son los pasos a seguir.
Un estudiante no puede concentrarse realmente a menos que sepa sobre qué tiene que concentrarse: necesita una meta. Sobre todo los niños/as, creen que las tareas son actividades interminables; no se pueden concentrar porque no ven el final.
Por otra parte, los alumnos/as necesitan ser conscientes de sus ritmos de concentración, incluyendo los descansos; éstos no son frívolos o innecesarios, como lo creen muchos adultos, sino una parte importante del proceso de aprendizaje; no son premios, sino recargas y renovación. Las interrupciones planificadas conllevan un mejor nivel de evocación del material aprendido.