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El nivel de agresividad es el resultado de la combinación de diferentes tendencias personales: altos niveles en el ritmo rápido de vida, la proactividad y la dominancia. La agresividad bien orientada es un factor útil y se traduce en combatividad natural, importante para enfrentar las dificultades de la vida y superar obstáculos en el logro de un objetivo saludable. La sana competitividad que aparece como sentido de superación, de búsqueda de mejores horizontes personales, deportivos o profesionales es una ramificación de la agresividad. La capacidad para superar fracasos temporales y asumir las propias debilidades sin ser víctima de ellas es otra forma de manifestación de la agresividad.
Sin embargo, también puede convertirse en hostilidad, que, en el caso de los niños y adolescentes, se manifiesta como “bullying” o acoso social. La diferencia entre la agresividad y el bullying no está en el origen sino en el objetivo y en la orientación.
Este fenómeno social es un comportamiento ligado a la agresividad física, verbal o psicológica; es una acción de prevaricación individual o social que viene ejercida en forma continua, por parte de una persona o de un grupo como acosadores a una víctima predefinida. No se trata de los conflictos o litigios normales que se presentan entre los chicos, sino de la aplicación preordenada, sistemática de violencia física y/o psicológica hacia compañeros débiles o incapaces de defenderse, orillándolos frecuentemente a condiciones de sujeción, sufrimiento psicológico, aislamiento o marginación.
El acosador no encuentra la contención necesaria a su impulsividad y agresividad en un contexto en el cual se siente a sus anchas y le parece que no hay reglas o sanciones significativas. Además, no encuentra adultos que lo sepan escuchar y que lo ayuden a tomar conciencia y salir de su guión, mediante relaciones sociales más constructivas.
En el bullying, perseguidores y víctimas carecen de habilidades relacionales porque no las han desarrollado individualmente o porque les ha faltado la oportunidad de sentirse incluidos en contextos caracterizados educativamente.
En las instituciones escolares, los profesores deben mantener una atención constante en la canalización de esta energía intensa acumulada para darle una polaridad positiva a los niños y adolescentes.
En la infancia y adolescencia se fundamentan las estructuras sociales que condicionarán las relaciones posteriores tanto personales como laborales. Por esta razón es muy importante detectar las raíces de tales tendencias a fin de propiciar lazos saludables, que es uno de los objetivos centrales de la educación.
En este grupo de tendencias personales se analiza el nivel de sumisión ante las personas o las situaciones; detecta también la posición emocional ante figuras de autoridad o ante personas intensas, vehementes o dominantes. Las reacciones frecuentes son: timidez, silencio, absorción de la situación, miedo u confusión mental para encontrar respuestas efectivas.
Responde con silencio e introversión ante el dolor o la molestia y da la impresión de que no le importa o no le afecta lo que sucede, cuando, en el fondo, es un bloqueo de respuesta emocional. Si el medio ambiente es poco sensible o cruel, incita a la burla, al sarcasmo y a la ampliación de la causa que provoca el dolor.
El sistema de creencias que sustenta el nivel de intimidación-victimización genera sentimientos de impotencia y minusvalía ante los retos o estímulos del medio ambiente; considera que el mundo exterior está permanentemente en contra; asume una autocensura crónica; la persona se descalifica cuando tiene que tomar decisiones o disentir en opiniones; la inseguridad que se deriva de estas condiciones provoca conductas erróneas que refuerzan al sistema de creencias: un círculo vicioso constante.
Si no se atiende adecuadamente esta tendencia, puede proyectar su dolor en la provocación hacia personas más débiles o indefensas, como una forma de válvula de escape. Es por esto, importante intervenir a temprana edad, en cuanto se detecta este perfil. La frustración continua genera fuertes cargas de ira que se pueden traducir en explosiones de hostilidad.
La intimidación-victimización produce gestos, posturas y expresiones faciales que son visibles a los demás, pero inconscientes para el sujeto. En la etapa de la infancia y la adolescencia, cuando la socialización es primitiva y no tiene referentes, es común que se inicien circuitos negativos de acoso-intimidación; desde el primer día de clases los niños o adolescentes perciben estas señales no verbales y reaccionan con enganches conductuales de resultados negativos. Los mensajes inconscientes de intimidación provocan las reacciones de los mecanismos latentes del acoso. Este circuito no disculpa la necesaria intervención educativa en ambos polos de reacción.
El liderazgo es un perfil altamente valorado en la vida laboral y social. Es posible detectar desde temprana edad esta tendencia resultante de una conjunción de factores que requieren de orientación y atención para que no deriven en manipulación inadecuada. Este perfil es el resultado de ritmo rápido de vida, tendencia colectiva, autosuficiencia, extroversión, proactividad, visión sintética y dominancia. Estas fuerzas sintonizadas producen que las acciones de una persona tengan una resonancia en el grupo y provoquen un efecto de contagio, de estímulo y amplificación de emociones. Si el contenido de esa fuerza es positiva, encontramos un líder a quienes los demás acuden en busca de la convicción y claridad necesaria para hacer frente a una amenaza, superar un reto o alcanzar un objetivo.
Dado que los líderes determinan de manera implícita la norma emocional del grupo en el que están, canalizan la riqueza o la miseria psicológica generada y almacenada en el subconsciente colectivo.
Desde muy temprana edad los líderes manifiestan su impacto: asumen las decisiones, encauzan conductas grupales y hacen explícitas las necesidades de su entorno. De pequeños, se aprecian esas tendencias como manipulación, dirección de juegos y promotores de emociones.
El liderazgo asume muchas facetas, según las actividades en las que se ven involucradas las personas: puede haber líderes académicos, deportivos, sociales, ideológicos; aunque todos tienen en común la característica de que son personas resonantes (contagian, estimulan, amplifican y deciden). Todos los grupos humanos buscan automáticamente a sus líderes y les otorgan naturalmente poderes decisivos para mantener equilibrio; sobre todo en situaciones difíciles o ambiguas, el grupo necesita del líder que asuma el riesgo de decidir y enfrentar las conductas derivadas de la decisión.
Las habilidades de comunicación y convencimiento son elementos siempre presentes en los líderes y es quizá, la mejor herramienta para lograr su resonancia; cuando la fluidez semántica y las expresiones no verbales son potentes y sincronizadas logran inclusive el fenómeno social conocido como carisma.
Una de las tareas sociales importantes es educar los líderes potenciales que aparecen en todos los grupos sociales y darle a cada uno la orientación a esa abundancia para que sea utilizable y se convierta en efectividad.
Proponemos las tendencias personales como polos de enfoque de la vida, conductas o actitudes que asumimos ante los diferentes estímulos.
Ninguna tendencia es negativa o positiva en sí misma, sino que adquiere su valor por el equilibrio entre la fuerza de las cualidades y la disminución de las deficiencias. El trabajo educativo consiste en enseñar a los niños o adolescentes a aprovechar los puntos fuertes de sus tendencias y limitar las áreas negativas.
El ritmo de vida se refiere al tiempo invertido entre la percepción de un estímulo y la respuesta que damos. En la cultura actual se valora exageradamente la rapidez y se le equipara con eficacia; sin embargo, la lentitud de respuesta tiene mucha relación con la reflexión y la mesura para reunir la información necesaria y procesarla con mayor conciencia de causas y efectos. El ritmo de vida normalmente lo condiciona la genética (nacemos rápidos o lentos en nuestras reacciones) aunque es posible modificar el ritmo con trabajo sistemático.
Este factor se refiere a la respuesta emocional interna ante un estímulo externo; tiene componentes genéticos (intensidad personal, temperamento, características neurológicas) que forman el punto de partida para la educación del carácter.
Muchos problemas sociales tienen su origen en una emotividad descontrolada y caótica. En el otro extremo, una emotividad débil o disminuida genera apatía, falta de motivación y lejanía social.
La emotividad sigue ciertos patrones en su funcionamiento que dependen básicamente de:
Emociones repetitivas que se han formado por ciclos reforzados; por ejemplo, una persona que responde con miedo ante situaciones nuevas, tiende a producir esta emoción en todas las condiciones semejantes y forma así un patrón de respuesta que se refuerza con la repetición. El funcionamiento de estos procesos se dan sobre todo por respuestas de las emociones derivadas de la debilidad: miedo, ira, en especial. Estos estereotipos son los que califican popularmente “la forma de ser” de las personas: “Es una persona tranquila; se molesta por todo; es muy alegre...”.
Emociones aprendidas que se fincan por la enseñanza y apoyo de adultos; normalmente son respuestas aprendidas ante situaciones críticas: energía, valentía.
Ambiente cultural: se aprecian diferencias notables entre los pueblos del Norte con los del Sur, condiciones urbanas o rurales, nativos o migrantes.
Con frecuencia se le pretende asignar a la emotividad un valor inalterable, casi fatídico; sin embargo, la emotividad es un terreno sujeto a cultivo educativo. Por su importancia en la vida diaria debe considerarse como uno de los polos de atención educativa.
La personalidad tiene en el enfoque intelectual otro factor predominante. Lo que un ser humano piensa, se traduce posteriormente en una emoción para terminar en una conducta consciente o inconsciente. El origen del enfoque intelectual es genético y se asienta posteriormente por la estimulación académica tanto familiar como escolar. Este factor funciona como un filtro para percibir la realidad; la gama de captación va desde una apreciación realista, concreta, donde los datos tangibles adquieren mayor peso y contundencia en la toma de decisiones, hasta el enfoque idealista, abstracto que valora más la reflexión y el mundo de las ideas.
Los patrones de pensamiento y los sistemas de creencias tienen su origen en el enfoque intelectual: la lógica consciente o inconsciente con la que tomamos decisiones en la vida, la naturaleza de la vida social, la percepción de sí mismo, depende de la forma en que estructuramos el pensamiento.
En el área académica, la preferencia o rechazo a una asignatura o carrera profesional está fuertemente condicionada por el enfoque intelectual dominante. Igualmente, la efectividad en una metodología de estudio o trabajo depende de una visión intelectual concreta o abstracta.
Como en los otros factores de las tendencias personales, no existe un juicio de valor sobre los polos de la tendencia social, sino una preferencia, una inclinación, que siempre requiere de educación y equilibrio para obtener los mejores resultados en la vida. Los polos de la tendencia social son: individualista o colectivo. Este factor influye de manera determinante en la eficacia del aprendizaje. Hay alumnos que aprenden mejor solos que en grupo; en cambio otras personas adquieren mayores habilidades al interactuar con compañeros. A priori no existe una ventaja competitiva en cualquiera de estos polos de preferencia social.
Para un profesor es importante conocer a cada uno de sus alumnos para proponer el mejor ambiente y estrategia de aprendizaje. Independientemente de la marcada elección de tendencia social, es conveniente desarrollar ambos estilos a fin de tener un menú variado y versátil de medios para el aprendizaje. Mientras más se intensifique o se haga rígido un polo, empobrece las posibilidades de eficacia en situaciones donde no es posible la elección.
El rasgo de autonomía se refiere a la capacidad para aprender o trabajar basándose en criterios propios, individuales o más bien, la tendencia para seguir normas y convenciones sociales, sobre todo basadas en un principio de autoridad. En un polo se ubica la autosuficiencia que es la inclinación natural para actuar por iniciativa propia, con tiempos y ritmos personales, sobre las condiciones propuestas por otras personas. Desde la infancia se advierte la independencia con la que actúan y deciden, ignorando muchas veces órdenes o procedimientos establecidos. Esta característica genera problemas de obediencia y mientras más se pretenda una sumisión, la insurrección es mayor.
Consideran que la negociación es prioritaria cuando las ideas provienen de otra persona. La vitalidad y energía suelen ser intensas y, por esa razón, aparecen conflictos interpersonales frecuentes.
El factor de autonomía tiene una función importante en el tipo de liderazgo que se genera: el derivado de la dependencia es colegiado, comparte opiniones, escucha a la mayoría. Normalmente busca el consenso y aprobación por mayorías. El liderazgo proveniente de la autonomía es autocrático, dominante y firme. Si en el grupo existen otras personas de su estilo, aparecen confrontaciones frecuentes por el choque de personalidades.
En el polo opuesto está la dependencia, que da valor a una estructura clara y definida de funciones y organigrama de operatividad. La iniciativa y la creatividad no son características dominantes, sino más bien la actitud expectante y de obediencia a las instrucciones, costumbres y procedimientos establecidos. Tiene respeto por las jerarquías y su equilibrio emocional depende del ambiente que le rodea, creado por las personas relevantes.
En el aspecto intelectual, considera las opiniones y juicios de personas a las que les concede valor antes de formar su criterio o tomar una decisión. Sabe escuchar a los demás y no discute si hay diferencia de opinión.
La personalidad humana tiene impulsos para volcar su riqueza, así como una orientación de su energía psíquica, sea bajo la presentación de ideas, emociones o conductas. A esta orientación la llamamos versión. Como en los factores anteriores, la versión oscila entre dos polos opuestos que generan el dinamismo personal y que se manifiesta en su esfera interna o hacia el exterior; de este modo, utilizaremos los conceptos de introversión o extraversión para explicar esta área de las tendencias personales.
La introversión canaliza pensamientos, sentimientos e impulsos hacia el mundo interior, los genera y los procesa en la intimidad y en el silencio, por lo que su riqueza reflexiva y su capacidad de meditación es alta; considera que este mundo interior no puede ser compartido y que se distorsiona al manifestarlo. Con frecuencia ni siquiera se advierten signos o mensajes no-verbales, por lo que parece que no hay dinámica emocional, sin embargo, existe un enorme movimiento interior. El signo más evidente de esta versión es el silencio y el aislamiento de los grupos sociales, sobre todo cuando éstos son ruidosos o intensos en sus manifestaciones.
La introversión genera actitudes de prudencia, distancia, respeto a las jerarquías; guarda celosamente los secretos y las confidencias; sabe escuchar con atención, aunque no da retroalimentación abundante; la capacidad de reflexión es alta y tiende a rumiar sus pensamientos y emociones, por lo que profundiza en ellos y matiza con mucha riqueza sus producciones interiores. Hacia el exterior es mesurado, escueto, lacónico, sin intensidad, discreto en sus palabras, movimientos y gustos. Utiliza vocabulario conceptual, abstracto y esencial; sus juicios son ponderados, evita los prejuicios y la expresión espontánea de ideas y emociones.
La extroversión, por el contrario, tiene en la manifestación externa el escenario común de sus procesos de pensamiento, emotividad y conductas; no retiene para sí casi nada, sino que la comunicación es frecuentemente el medio de producir ideas y emociones. Sobre todo si es de ritmo rápido, este estilo es impulsivo, indiscreto y locuaz, por lo que pierde profundidad en sus ideas y en su forma de trabajo. La espontaneidad y el vocabulario florido, a veces procaz, el volumen alto de voz y la rapidez son características de su patrón de lenguaje.
La extroversión se manifiesta en la espontaneidad, la cercanía social; busca la igualdad de posiciones y no guarda distancia al tratar con los demás; su sentido del humor es versátil; improvisa y se adapta con rapidez a las situaciones sociales; estas características propician éxito social. Tiene muchos amigos y fácilmente entabla relaciones con los demás, siendo él quien inicia normalmente las transacciones. No le gusta la soledad ni las actividades con resultados a largo plazo que dependan de sosiego o reflexión.
El factor de responsividad marca la tendencia de la personalidad humana para el enfrentamiento a situaciones desconocidas o difíciles; las condiciones o los estímulos que enfrentamos automáticamente activan un ambiente emocional interno de seguridad o inseguridad; esta respuesta, a su vez, activa pensamientos, sentimientos y conductas coherentes con el nivel de confianza experimentado.
Este ingrediente de las tendencias personales está formado por diferentes actores:
Sistemas de creencias sobre la propia capacidad (autoconcepto, autoestima); percepción de la situación o reto que se enfrenta (sentido previo de éxito o fracaso).
Experiencias previas referentes a la situación o reto: si se ha experimentado anteriormente una adecuada resolución, el ser humano cuenta con un bagaje que ayuda a enfrentar con mayores probabilidades de bienestar un nuevo reto. Igualmente, si las condiciones anteriores no fueron resueltas con eficacia, se disminuye la posibilidad de enfrentar nuevos retos con seguridad.
Nivel de retroalimentación: las personas relevantes refuerzan positiva o negativamente el nivel de confianza, pues inciden en los sistemas de creencias de manera relevante. Los mensajes recibidos de las figuras de autoridad moral, suelen convertirse en programaciones que se activan automáticamente en cuanto nos encontramos frente a situaciones equivalentes.
Condiciones genéticas provenientes de la fuerza psicológica: las personas con una personalidad más suave tienden a percibir la realidad con mayores peligros; por lo mismo, cuidan su postura con la previsión, el aporte de medios de apoyo y una búsqueda de aliados.
La combinación de estos actores genera una postura de proactividad o reactividad.
La seguridad se caracteriza por un enfoque proactivo ante los problemas; no pospone el enfrentamiento a los retos o dificultades, más bien se estimula ante ellos y los resuelve con aplomo y firmeza. Puede llegar, incluso, a caer en la “pronoia”: postura de confianza excesiva que no considera riesgo alguno ni prevé posibles contratiempos. Podría parecer que la seguridad tiene sólo connotaciones positivas, pero no es así: sobre todo en situaciones desconocidas, es necesario tener una dosis de inseguridad para anticipar peligros y planear con alternativas en caso de error.
Cuando el nivel de proactividad es alto también puede generar actitudes temerarias que se refuerzan mientras más se enfrentan peligros, sobre todo físicos. Confían exageradamente en su buena suerte y diluyen el efecto de las experiencias negativas, por lo que parece que no aprenden de los errores.
El futuro o situaciones desconocidas atraen a las personas con alto nivel de confianza y huyen sistemáticamente de la rutina o de la repetición de actividades.
El nivel alto de reactividad genera suspicacia ante situaciones o personas desconocidas; las experiencias negativas refuerzan las dudas internas y las defensas ante lo que puede considerar como amenaza simplemente por ser desconocido. Necesita pruebas objetivas y continuas de seguridad para “bajar la guardia”. Esta situación disminuye la atención completa a asuntos objetivos por dirigirla a peligros imaginarios.
Este perfil maneja con sensatez y prudencia los asuntos complicados, aunque no funciona bien en los conflictos o bajo condiciones de urgencia o improvisación, a menos que tengan relación con experiencias pasadas. Necesita tener en mente un plan preconcebido para actuar en situaciones nuevas, pues de otro modo entra en confusión y genera angustia por no tener un modelo de acción. Su dependencia de los patrones para interactuar le hace predecible y estable. No genera ni participa en conflictos, por lo que es un elemento lubricante de los equipos de trabajo.
Piensa mucho en el futuro y pretende tener, por lo menos, lo que actualmente disfruta; es previsor y ahorrativo, prefiere tener una visión clara de las perspectivas y se abstiene de cambios sin planeación; considera consecuencias o secuelas de las acciones y considera los detalles de los pasos a dar.
Con frecuencia espera que “las situaciones mejoren” y deja a factores ajenos a su influencia la decisión del curso que siguen los acontecimientos. Cuando no asume la dirección de los factores del cambio, corre el riesgo de ser víctima “del destino o de la mala suerte”.
A diferencia de otros factores de las tendencias personales que tienen una connotación neutral, este es un ingrediente necesario en la educación de las personas. El éxito en la vida está en gran parte determinado por el coeficiente de adversidad: cómo enfrenta una persona los problemas y supera los contratiempos; predice la efectividad: motivación, creatividad, productividad, aprendizaje, energía, esperanza, vitalidad, persistencia, respuesta al cambio.
Este coeficiente forma parte del predictor global de éxito, porque incluye, como resultado total:
Los pensamientos elegidos para interpretar los hechos adversos que enfrentamos de forma más útil para la felicidad individual y social.
Las emociones que gestionamos para responder equilibradamente a los estímulos difíciles de la vida.
Las aspiraciones y el talento que sustentan las motivaciones más profundas, cuando éstas son puestas a prueba.
Desde muy temprana edad, el ser humano inicia la formación de este sistema defensivo ante los problemas de la vida, que no son previsibles ni se pueden evitar. La calidad de enfrentamiento o de recuperación estructura la resiliencia: capacidad para cicatrizar las heridas del alma, para resistir al sufrimiento o para no ser afectado de manera negativa y permanente por las condiciones hostiles en la existencia.
En la primera infancia el coeficiente de adversidad depende básicamente de los padres, en especial de la madre, que le proporciona al niño la adquisición de los recursos internos que impregnan el carácter (formas de reacción ante las agresiones de la existencia); igualmente le da al infante la posibilidad de regresar a los lugares donde se encuentran los afectos convertidores en guía de resiliencia.
Posteriormente, la escuela y la sociedad son factores que inciden determinantemente en la elevación del coeficiente de adversidad mediante la exposición gradual a dificultades y frustraciones que fortalecen el sistema defensivo interior. La sobreprotección que ejercen muchos padres debilita gradual pero inexorablemente el coeficiente de adversidad y deja sin recursos a la persona para hacer frente a las dificultades o problemas.
Las decisiones están regidas por dos principios, frecuentemente opuestos: el principio del placer que responde sólo a las preguntas. “me gusta” o “no me gusta”. Cuando este principio regula la conducta, la tolerancia ante el esfuerzo y la frustración tendrá un nivel bajo. El otro principio es el de la realidad y responde a las preguntas: “¿es conveniente?” o “¿es necesario?” Las personas reguladas por este principio desarrollan un carácter templado y resistente a las dificultades.
No existen formas vicarias o simuladas para aprender a enfrentar la frustración: es indispensable permitir que las dificultades y problemas propios de cada edad sean resueltas por el niño o adolescente; es el acompañamiento y el diálogo de los adultos el que permite la mediación adecuada para que la experiencia dolorosa se convierta en aprendizaje positivo y en un incremento del coeficiente de adversidad.
La sociedad contribuye a este coeficiente mediante la autoestima colectiva, la identidad cultural, el humor social y la honestidad del gobierno del propio país.
La forma preferida para la captación de la información incide determinantemente en las tendencias personales porque opera como un filtro que enfatiza o descarta datos; el análisis de problemas y la toma de decisiones es el campo donde este factor manifiesta su mayor repercusión; afecta también la utilización del tiempo y la consideración de las características de las personas. Los polos de la visión informativa son el analítico y el sintético; cada uno tiene características diferentes y, a veces, opuestas.
La visión analítica de la información se centra en el dominio de los detalles y en procesos lógicos lineales: relaciones causa-efecto, pensamiento inductivo, mecanismos deductivos; su rigor científico es notable y prioritario cuando elabora planes y acciones; procede paso por paso en su trabajo y verifica con mucha conciencia los resultados obtenidos. Considera las secuelas y consecuencias de sus decisiones, lo cual le proporciona una visión completa y no deja nada a la improvisación o al azar. Prefiere información extensa, proveniente de muchas fuentes, que concierta de manera equilibrada. Con frecuencia este manejo diversificado, amplio y profundo de datos genera un agobio emocional por el tiempo requerido; si, además, su clasificación mental no tiene un alto nivel, sentirá constantemente retraso en el logro de objetivos.
Tarda en tomar decisiones pues siempre busca nueva y más completa información que, en situaciones de urgencia, estropea la oportunidad de una intervención. La falta de jerarquización o de prioridades le resulta especialmente difícil sobre todo si no tiene elementos de comparación o referencia. Para este estilo es importante el trabajo en equipo donde otras personas puedan subsidiar esta tendencia.
La visión analítica busca la reflexión sobre los datos obtenidos, aunque no siempre logra unificarlos o llegar a una conclusión como resultado del análisis.
Su expresión general es prolífica, a veces redundante, cargada de datos, con exceso de conclusiones y de puntos de vista, lo cual dificulta llegar a un programa de acción concreto.
La visión sintética, por el contrario, busca la información global, general y unitaria; logra obtener rápidamente la esencia de un problema o situación aunque puede perder detalles relevantes que matizan de manera muy diferente la captación inicial. Sus informes son concisos, concentrados, con datos importantes, pocas palabras y orientados a diagramas de flujo, procedimientos específicos, mapas conceptuales donde se pueda apreciar todo con un golpe de vista o con una lectura rápida.
Puede perder información cuando ésta es extensa o detallada, pues siente molestia tratar con muchos datos, con una diversidad de enfoques o con visiones divergentes. Su capacidad de atención disminuye en proporción directa con el tiempo que debe invertir en recibir instrucciones o información.
Asume posiciones ante las personas o situaciones de manera intuitiva y se mueve por percepciones inmediatas, sin comprobar sus puntos de partida. La toma de decisiones, igualmente, está condicionada por este enfoque sintético: pocos datos, importantes, orientados hacia conclusiones rápidas y operativas. No considera todas las implicaciones o secuelas de una decisión, aunque tiene rapidez para adaptarse y corregir los errores sobre la marcha.
Su planeación es amplia y poco detallada; tiene ideas brillantes que logra comunicar con mucha convicción; al hablar aclara sus ideas de un proyecto y no se siente sorprendido por los problemas propios de su falta de claridad en los detalles: genera respuestas inmediatamente y logra convencer a los demás de sus improvisaciones. Si su ritmo de vida es rápido, esta característica se incrementará aún más.
La asertividad es la cantidad de energía psíquica que aplicamos para controlar a las situaciones o a las personas; esta característica es fundamental para marcar la diferencia entre la hostilidad y la sumisión, característica que afecta, sobre todo, a las relaciones sociales, la integración a los grupos y la intensidad para enfrentar los conflictos. Dado que las diferencias personales entran en juego constante, es necesario conocer los resortes conductuales que condicionan la posibilidad de asumir el control de la propia vida sin ser manipulado o sin manipular a los demás. Esta característica también incide en la forma en que una persona se relaciona con el medio ambiente: influencias de los grupos de compañeros, medios masivos de comunicación, tendencias sociales, reacciones ante el liderazgo.
La capacidad para negociar forma parte esencial de la asertividad pues interviene la flexibilidad para obtener los objetivos propios respetando los derechos y necesidades de la otra persona, expresando los sentimientos y cuidando la sensibilidad de los demás. Este equilibrio entre el respeto a sí mismo y a los semejantes lleva a establecer el contexto adecuado para la negociación, donde el principio de “yo gano-tú ganas” es la base de la equidad. Si se altera este principio y alguien pierde, se plantea el segundo acto para saldar cuentas pendientes que genera una espiral negativa interminable. La neurosis encuentra en estas condiciones el terreno propicio para crecer y contaminar la vida de las personas.
“La aceptación y empleo adecuado de la propia fuerza psicológica afecta también el sentido de autoestima y del propio sistema de creencias. Las personas que se consideran inferiores actúan con sumisión y juzgan imposible la expresión de algunas emociones, llegando, incluso a cancelarlas; se inclinan con humillación ante los deseos de los demás y encierran los propios en su interior; como no aceptan controlar su propia vida, cada vez se sienten más inseguros y aceptan, además ese estado de inseguridad.” (“No diga sí cuando quiere decir no”. H. Fensterheim)
Una persona con la asertividad bien calibrada comunica clara y firmemente sus deseos o necesidades y está preparada para reforzar sus palabras con las acciones apropiadas. Maximiza su potencial y lo utiliza para lograr que sus peticiones sean satisfechas, sin violar los intereses de los demás.
Cuando la asertividad se sale de control y exagera su intervención genera la hostilidad, que es una degeneración contaminada por la ira y la venganza; esta mezcla genera una serie de conductas de marcada intensidad:
Utilización de violencia verbal: gritos, amenazas, insultos, generalizaciones indebidas.
Manipulación: en casos de tensión se emplea el miedo en todas sus formas como un medio para controlar a las personas.
Severidad en el empleo de la autoridad: imposición irracional de criterios, decisiones ofensivas para los demás, establecimiento unilateral de tiempos y metas.
La parte negativa opuesta a la hostilidad es la sumisión o pasividad ante los estímulos del medio ambiente: la persona sumisa asume condiciones irracionales y contrarias a su convicción o dignidad, no pide lo que necesita o merece, no acepta su valor personal, considera que es un receptáculo natural de maltrato o abuso. Las manifestaciones más comunes de este polo negativo de la asertividad son:
Tendencia a la humillación y a la negación de los propios talentos y necesidades; no pide, sólo acepta; no ofrece, sólo espera.
Aceptación del abuso y silencio ante la irrupción desconsiderada de otras personas.
Timidez, inseguridad, miedo que atenaza sus capacidades.
Ira contra sí mismo por no enfrentar proactivamente las situaciones de la vida.
En su fase terminal, la asertividad descontrolada suele estar en la base del bullying entre los niños y adolescentes: la tendencia pasiva o sumisa invita al acosador y expone su fragilidad con señas manifiestas de vulnerabilidad; en cambio el acosador busca la personalidad frágil e indefensa para dar salida a su emotividad torcida y a su inseguridad reactiva.
Uno de los factores que afectan marcadamente las conductas y el aprendizaje es el ambiente interior: el nivel de relajación o tensión con la que se vive influye en el enfoque de los problemas o en el trato con otras personas; el nivel de atención y aprendizaje es modificado según el ambiente interior; la misma salud física es el resultado de este factor personal que contiene elementos genéticos, familiares, culturales y ambientales.
Ciertamente la calibración del ambiente interior es un aprendizaje fundamental que incide en la inversión adecuada de tiempo y energía para resolver problemas o dificultades.
Los polos del ambiente interior son la relajación y la tensión: para tener efectividad en todas las actividades, el ser humano necesita invertir tiempo y energía en intensidad suficiente para obtener los resultados esperados en el menor tiempo posible y con poca inversión de energía; a fin de cuentas, la vida está regida por este principio de economía existencial.
La tensión creativa es la reacción necesaria para lograr metas y objetivos: es como la cuerda de un violín que necesita estar en la tensión precisa para dar la nota; si tiene más tensión, se rompe y si tiene poca tensión, está desafinada. Esta metáfora ilustra el concepto del ambiente interior. Cualquiera de los polos genera un problema y sólo el equilibrio (dosis y oportunidad) entre ellos es el origen de la eficacia. El nivel de motivación se deriva de la tensión creativa, sobre todo la motivación intrínseca que nace de la misma actividad o de la pasión que se proyecta por una meta o por un objetivo, independientemente de las gratificaciones derivadas de una acción o conducta.
El polo de la tensión se caracteriza por una inversión exagerada de energía en la solución de un problema; esta reacción la conocemos como estrés. Hans Selye fue un pionero en el estudio de estas conductas y la bautizó como distress. Cuando respondemos a los estímulos con estrés el cuerpo también se involucra con cambios en el ritmo cardíaco, la respiración se agita y entrecorta, se secreta mayores cantidades de adrenalina para atender un estímulo agigantado por la mente; en tales condiciones se altera el sueño y el apetito; prácticamente todo el equipo psíquico y físico se conjugan para generar un estado de alerta que obliga a utilizar las reservas de energía. La derivación natural es un desgaste que se traduce en cansancio psicológico y físico.
La relajación, por otra parte, es el ambiente interior que propicia objetividad y calma ante la dificultad, el reto o la ambigüedad para utilizar la energía y el tiempo mínimos y obtener los mejores resultados.
Un alto nivel de relajación puede llegar a una falta de respuesta a los estímulos exteriores; esta pasividad es el fruto de una cancelación emocional que paraliza los recursos personales y bloquea las opciones de solución. En condiciones de miedo o peligro extremo las personas experimentan una negación de la realidad como forma de defensa para no caer en condiciones abrumadoras; puede llegar incluso a la cancelación de la respuesta y caer en sueño o evasión de la realidad.
El nivel de motivación es bajo y reacciona con un ritmo lento a las exigencias y palabras de los demás.
Los mensajes no verbales de la relajación son de bajo nivel, desconcierta a los demás porque su cara no refleja respuesta (cara de jugador de póker) y si lo hace, es lenta y escasa.
Detrás de las respuestas de estrés o relajación están los sistemas de creencias referentes al propio poder, a la interpretación de las experiencias de éxito o fracaso, a las expectativas de las figuras de autoridad y la importancia que se le da a la situación específica que se enfrenta.
El ser humano es complejo en su estructura y, por esta razón, reúne al mismo tiempo características aparentemente opuestas; de la complejidad resulta la dificultad para entender muchas conductas que salen de una lógica lineal. Además, esta naturaleza está en evolución y cambio constante que obliga a estar permanentemente atentos a las señales emitidas para actuar en consecuencia.
Para todo educador, la comprensión afectuosa de los resortes conductuales es una base sólida para la intervención oportuna; éste ha sido el objetivo plasmado en esta herramienta pedagógica.